Ayer tuve noche de chicas. Quedé para salir con unas amigas, aquellas primeras amigas que conocí recién llegada a Huelva, hace ya la friolera de 18 años nada menos. Amigas a las que hacía mucho que no veía salvo encuentros casuales, y a las que me alegré de volver a ver y echar un ratito.
Han cambiado mucho nuestras vidas desde entonces, que no éramos más que unas crías. Muchas casadas, una separada, alguna sin pareja, cada una con su día a día y sus historias, recordando esos momentos que vivimos juntas en nuestra juventud.
Aunque una intente dejar el tema aparcado en casa, es imposible hablar de nuestros hijos. Imposible. De aquello que nos enorgullece de ellos, de aquello que nos preocupa, de aquello que nos hace gracia, casi todas nuestras intervenciones comenzaba por “pues mi hij@…”.
Somos todas diferentes y tenemos hijos de edades dispares, no hemos llevado una maternidad a la par, quizás eso nos hubiera mantenido más unidas en el tiempo. Pero todas tenemos algo en común que nadie nos puede discutir, y es que para todas nuestros hijos son lo más grande, lo mejor de nuestra vida.
Criar a un hijo no es fácil y en ocasiones la vida te lo complica más de lo que quisieras, pero tus hijos hacen que salgan de ti fuerzas que no creías que existieran y pese a la dureza de algunas situaciones -criar a un hijo solo, superar una separación, enfrentar la enfermedad de un hijo-, con mucho trabajo, con mucha, poca o cero ayuda, por tu hijo sales adelante.
Una de estas amigas es mamá de dos niños. La pequeña les dio la sorpresa al nacer y es que, a pesar de que no hubo indicios de ello en todo el embarazo pese a las pruebas realizadas, nació con Síndrome de Down. No tiene que ser fácil que te comuniquen algo así tras dar a luz. Pero no le podía tocar mejor persona como madre, de estas personas optimistas, luchadoras, echadas p’alante que no se dejan vencer por las dificultades. Por mi niña, lo que sea.
Yo no conozco a la peque pero me encantó escuchar a su madre hablar de ella, con la misma alegría y el mismo orgullo que yo hablo de la mía. Es consciente de que su hija es especial, por su puesto, pero ello no hace mella en su amor y su orgullo de madre. Hablar de los progresos de su niña, de lo que ya sabe hacer con solo un añito, lo espabilada que está, de sus cositas como hacemos todas, con total naturalidad, sin esconder que la niña es especial, sin darle mayor importancia, porque al fin y al cabo es su hija, igual que la mía, igual que la de cualquiera.
Y mi sensación tras ese ratito de charla es que da igual como sean nuestros hijos. Para nosotros siempre serán lo más importante, nuestros tesoros, la razón de nuestra vida. Siempre, pese a la lucha diaria, a las enfermedades, a los quebraderos de cabeza, los disgustos y los malos momentos pensaremos que benditos hijos, y que nuestra vida no sería la misma sin ellos.
Con esta entrada hago mi aportación al Reto Iron Blogger.