El pediatra de mi infancia

Como madres, uno de los pilares de la maternidad y crianza es saber que, cuando tu hijo enferma, cuentas con un pediatra de confianza que velará por su salud y bienestar. Me consta que las madres anhelamos dar con un pediatra que trate a nuestros hijos como si fueran su único paciente.

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Esta noche he tenido un sueño. Yo sueño mucho, muchísimo, normalmente incoherencias dignas de película fantástica, y muchas con personas que de alguna manera han pasado por mi vida.  Y esta noche, no ser por qué motivo, he soñado con mi pediatra, el pediatra de mi infancia.

¿Tú recuerdas a tu pediatra?. Yo, perfectamente. No es que lo recuerde, es que me resulta imposible olvidarlo, su nombre completo, su cara, su aspecto en general, su manera de hablar y tratarme, su consulta, todo él ocupa un hueco en mi recuerdo. Solo tuve un pediatra a lo largo de mi niñez y lo recuerdo con muchísimo cariño.

Yo vivía en un pueblo y por entonces había dos pediatras, al menos los más conocidos. Que el tuyo fuera uno y otro era casi como ser del Madrid o del Barsa, “Yo voy a Viana”, “pues yo voy a Vites, chúpate esa”, más o menos así defendíamos los niños a nuestro médico. Yo al otro no tuve el gusto de conocerlo, pero me consta que el mío ganaba al menos en simpatía.

Aunque pasaba consulta en el ambulatorio -lo que viene siendo actualmente el centro de atención primaria- tenía su propia consulta. Estaba en el centro del pueblo, justo frente a mi colegio, de tal manera que desde la ventana de mi clase veía las ventanas de su consulta y viceversa, cuando iba a su consulta desde la ventana de la sala de espera veía mi colegio, lo que era sumamente divertido cuando iba al médico en horas de clase.

Recuerdo perfectamente su consulta. Nos abría su enfermera -a la que no recuerdo, curiosamente-, y hasta la sala de espera había un largo pasillo con varias puertas a lo largo de él, todas cerradas, y una alfombra que atenuaba el sonido de nuestros pasos sobre el suelo de parquet.

Al fondo estaba la sala de espera, muy amplia, con muebles clásicos, decorada con cuadros y libros -se que había un cuadro que llamaba mi atención pero no recuerdo exactamente qué expresaba-, sofás de piel -si me apuras, diría que eran Chesterfield pero ya sería precisar demasiado-, y la típica mesa con revistas. Tenía un gran ventanal donde yo me asomaba a ver pasar la gente, la actividad de mi colegio cuando ya habían acabado las clases, mientras esperaba mi turno.

Cuando la enfermera nos llamaba sentía un gusanillo recorrer mi estómago. La puerta de la consulta estaba en medio del largo pasillo y recuerdo que deseaba entrar por lo que me esperaba dentro. Entonces mi pediatra me saludaba cogiendo mi mano y me invitaba a sentarme para contar qué me pasaba. Era muy educado y respetuoso, no me ignoraba, yo era su paciente.

Tenía un trato amable, cariñoso pero lo que recuerdo siempre es su simpatía y su sonrisa, siempre me atendía sonriendo, de buen humor y eso me hacía sentirme muy cómoda y en confianza. No se si alguna vez lo he visto serio, yo al menos no lo recuerdo así. Si intento recordar su cara, siempre lo recuerdo así, sonriendo, y por supuesto con su pelo completamente blanco que siempre le caracterizó, a pesar de que por entonces no debía llegar a los 40 años. Yo, a mis tiernos 3, o 5 o 7 años, qué se yo, lo veía mayor, pero lo cierto es que han pasado 35 años y podría decir que hoy poco ha cambiado su imagen.

La consulta era sencilla, lo que se espera de una consulta médica, pero recuerdo algunos detalles, como por ejemplo que en una habitación tuviera una máquina de radio diagnóstico en la que una vez me hizo una placa de tórax, supongo que para descartar alguna bronquitis o similar. Me parecía espectacular que un pediatra pudiera tener un aparato así en su consulta, pero a lo mejor me traiciona el subconsciente y me lo estoy inventando, aunque juraría que es cierto.

Pero lo que recuerdo de su consulta son dos cosas que me fascinaban. La primera, un enorme acuario lleno de peces de colores que había justo al entrar, separando el pequeño pasillo de la puerta de su mesa. Se escuchaban las burbujitas del motor y me perdía viendo los peces, las piedrecitas, las conchas, las algas, mi madre hablaba con el pediatra y yo miraba el acuario, ajena a toda cuestión de salud.

La segunda, un reloj de cuco que tenía en la pared, sobre la báscula y el medidor, ¡me fascinaba!. Tanto, que en la sala de espera no perdía cuenta del tiempo que era a ver si tenía suerte de que tocara la hora en punto para ver salir al cuco. Así que en la consulta, además del acuario, estaba pendiente del reloj esperando que llegara la hora punta esperaba con impaciencia, mirando de reojo al reloj sin dejar de prestar atención a mi pediatra, hasta que salía el cuco con su “cucú, cucú”, y yo era literalmente feliz.

Es increíble que pueda recordar con tanta precisión cada detalle de ese lugar y de esa persona. Pero es que dejó huella en mi, lo reconozco. Además, es de los médicos que conocen y recuerda los nombres de sus pacientes, pues siempre que me veía por la calle me saludaba, incluso a mi ya no tan tierna edad, siempre. No se si hoy me recordaría porque llevo más de 20 años fuera, pero reconozco que me haría ilusión que fuera así.

Como pasaba también consulta en el ambulatorio recuerdo una ocasión en la que mi madre tuvo que llevarme allí en lugar de a su consulta privada y cómo, al salir un momento de la consulta y verme en la sala de espera, me hizo pasar inmediatamente por delante de los niños que estaban antes que yo, al ver mi cara. Y es que se dio cuenta de que el color de mi piel no revelaba nada bueno y era cierto, pues tenía una hepatitis A que me tuvo convaleciente una larga temporada.

A mis 37 años y medio me alegro muchísimo de tener tan buenos recuerdos de mi pediatra, lo recuerdo con muchísimo cariño, como alguien que fue importante en ese momento. Y no es para menos, yo era muy enfermiza y tenía que ir muchas veces a su consulta.

En cierto modo, lo tengo idealizado en el sentido del recuerdo de mi yo niña. Sin embargo, hoy por hoy temo que se me caiga el mito, ya que como madre no espero lo mismo de un pediatra de lo que esperaba de él como niña. Como niña me conformaba con que fuera “guay” y me curara, y eso lo cumplió a la perfección. Fue el pediatra perfecto.

Ahora me surgen preguntas como ¿estará actualizado?, ¿apoyará la lactancia?, ¿medica en exceso?, ¿como madre estaría satisfecha con él de pediatra de mis hijos?. Estas preguntas, evidentemente, a un niño poco le importa y a mi no me importaban cuando yo era su paciente, pero son las dudas frecuentes como madre a la hora de elegir pediatra para sus hijos, al menos son las que yo me realizo.

No se si mi pediatra apoyaba la lactancia materna porque nací en pleno apogeo del biberón y las leches de fórmula y solo se que mi madre me dio el pecho hasta  los 3 meses porque, según ella, yo le mordía. No se si fue una decisión propia de mi madre o si él influyó de alguna manera en ella. Pero mira, voy a preguntar para salir de dudas.

Creo que tendría miedo de que se me cayera un  mito. ¿Y si llevo a mis hijos a mi consulta y todos los buenos recuerdos que tengo de él se vienen abajo porque no casan con lo que espero de un pediatra hoy en día?. Menos mal que creo que ya se ha jubilado -y si no estará a puntito de hacerlo-, que lo tengo a casi mil kilómetros de distancia y que es absurdo plantearme estas dudas.

En el fondo lo pienso y si me quedo con el recuerdo de mi infancia me daría igual. La lactancia materna es algo que, salvo que haya un problema grave, no considero motivo de consulta médica, y creo que valoraría enormemente todo lo demás: un excelente profesional, cariñoso y respetuoso con los niños. Evidentemente si como pediatra apoya la lactancia materna, que lo deberían hacer todos los pediatras por defecto, para mi sería el pediatra perfecto. Pero creo que si siguera mi instinto de madre, lo eligiría sin duda alguna, o al menos lo intentaría.

Se que mis hijos no recordarán a su pediatra, porque desde que nacieron no han tenido un pediatra fijo. Ni siquiera un pediatra como tal, la mayoría de las veces son atendidos por médicos de familia que llevan las consultas de pediatría, así funciona el maravilloso Sistema Andaluz de Salud. Ir al pediatra aquí es una lotería porque cuando coges cierta confianza con uno van y lo cambian, ya hemos perdido la cuenta de cúantos han conocido mis hijos. Por suerte, no hemos tenido malas experiencias, que ya es un algo.

Yo, por mi parte, agradezco enormemente que el pediatra de mi infancia me evoque tan bonitos recuerdos y permanezca en mi memoria como una persona entrañable que no olvidaré en la vida.

¿Tú recuerdas a tu pediatra?
¿Guardas buen recuerdo de él?
¿Lo elegirías como pediatra para tus hijos?
Cuéntamelo en un comentario 😉

3 thoughts on “El pediatra de mi infancia

  1. Aprendemos con mamá

    No me acuerdo la verdad jejeje pero si nome acuerdo es que fuebuen pediatra 🙂

    Responder

  2. Maria

    Yo sí lo recuerdo. Pero la verdad es que no era ni muy simpático, ni cariñoso con los niños.
    Eso sí, tenía una sala de espera llenísima de juguetes y una gran pizarra que nos volvía locos a mi y a mis hermanos.

    Responder

  3. Maria

    Yo sí lo recuerdo. Pero la verdad es que no era ni muy simpático, ni cariñoso con los niños.
    Eso sí, tenía una sala de espera llenísima de juguetes y una gran pizarra que nos volvía locos a mi y a mis hermanos.

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