CONCILIACIÓN REAL, un concepto que tanto mencionamos, un anhelo que tanto perseguimos, una utopía que parece casi imposible alcanzar para una gran mayoría de padres y madres.
En mi tiempo de mamá y trabajadora por cuenta ajena la conciliación fue relativa tirando a complicada. Pude reducir mi jornada y trabajar menos horas, de lunes a sábados, eso sí, y a turnos de mañana y tarde que una semana de cada dos llegaba a casa pasadas las 10 de la noche.
Lo de salir para ir con mi hijo al médico o quedarme en casa para cuidarlo era impensable, como mucho podría cuadrar las citas médicas con mis turnos y si era necesario, pelear por un cambio de turno. Fueron pocas las veces que Iván se puso enfermo, pero en todas y cada una de ellas era otra persona quien tenía que cuidarle, y no yo, y eso me comía por dentro.
Cuando nació Antía me armé de valor y solicité la concreción horaria, pasando a trabajar de lunes a viernes en turno de mañana. Un horario que me permitía una conciliación algo más real, me dejaba las tardes libres, y lo que tanto anhelaba, los fines de semana completos (algo que no disfrutaba desde hacía muuuuchos años) para disfrutar con mis niños. Pero entonces vino el señor ERE, mi empresa cerró y se acabó conciliación porque se acabó el trabajo, o por decirlo de otra manera, no fue necesario “conciliar” porque ya no trabajaba.
Ahora trabajo de nuevo, y pese al poco tiempo que llevo me ha dado tiempo a disfrutar de lo que creo que es una conciliación bastante real. No estoy en casa, lo que me garantizaría la conciliación total al poder trabajar y ocuparme de mis hijos yo misma, pero me siento bastante satisfecha.
Estoy al lado de casa y la tienda está en una plazoleta donde juegan los niños del barrio. Veo mi casa desde la tienda. Mis niños se bajan con Papá y cuando quieren entran en la tienda y están conmigo, cuando no se quedan fuera jugando, Iván corretea con sus amiguitos, coge la bicicleta o el patinete y yo lo veo a través del escaparate o con solo asomarme a la puerta. Puedo vigilarlo, llamarlo, darle un besito y sabe dónde estoy para todo lo que necesite. Y mi niña igualmente, se queda conmigo en la tienda sentada en su carrito, o la veo corretear con su correpasillos intentando perseguir a su hermano. Los veo, los tengo conmigo, sin el temor a que nadie me diga nada por ello.
Iván está malito. Ayer bajó con la moto y cuando cerré la tienda nos quedamos un ratito en la plazoleta a jugar, pero él ser quería subir a casa. Nos sentamos a tomar un refresco y de repente dijo que quería vomitar, aunque parecía que estaba de broma; de hecho siguió jugando, nosotros nos tomamos el refresco, y tardamos bastante en subir, aunque en ese tiempo dijo varias veces que quería vomitar -cosa rara porque Iván jamás ha vomitado-. Al llegar a casa se fue al cuarto de baño y vomitó en el wc,como si nada.
– ¿Ves Mamá, cómo quería vomitar?
Me quedé muy sorprendida porque con los niños se espera que cuando vomitan lo hagan espontáneamente y donde les pille, así que ese control de la situación me descolocó, porque además se quedó tan tranquilo, sin síntomas de dolor o molestia. No quiso cenar, de hecho no había querido comer ni merendar, y yo soy de esas malas madres que cuando mis hijos no quieren comer, no les obligo. Se sentó tranquilo en el sofá y se levantó varias veces a vomitar al wc, en una de ellas no se agachó lo suficiente y se manchó, por lo que tuvimos que darle una ducha express.
Mi niño es muy listo y conoce su cuerpo. No quiso acostarse en la cama -de hecho llevaba un buen rato sin vomitar y cuando lo metí en la cama volvió a hacerlo- quería dormir sentado en el sofá, así que puse un protector de colchón sobre el sofá por si acaso y allí pasó la noche, con Papá. Vomitó una vez más, la vez que, como le dije que no debía hacer, bebió agua. Intenté antes de que se durmiera que se bebiera un zumo, para no deshidratarse, pero a este niño no le gusta nada el zumo y era como si le estuviera dando el peor de los medicamentos.
Esta mañana me he levantado, lo he vestido y nos hemos ido al médico, sin prisas. Con suerte había una cita libre y el médico nos vio enseguida, sorprendido porque Iván es uno de sus pacientes favoritos porque no va casi nunca -lo que significa que es de los sanotes-, de hecho me dijo que al ver su nombre en las citas pensó que ya tenía que estar malo para ir a la consulta. Iván se portó muy bien, como un mayor, fue él mismo el que contó con pelos y señales lo que le pasaba, el médico lo examinó y, al ahora de explicar el tratamiento, le dije que se lo explicara a él, que para eso es el enfermo, y que lo iba a entender perfectamente. Parece un proceso vírico porque no hay otra sintomatología, dieta blanda, y eso sí, mucha hidratación desde ya porque ya estaba un pelín deshidratado. Se despidió con un “muchas gracias por curarme” y “hasta luego, nos vemos otro día”, para sorpresa del médico y la MIR que estaban en la consulta.
Con las mismas nos fuimos a supermercado a por verduras para hacer puré y una botella de Aquiarius. Sin prisa.
Prisa, la palabra clave. Si esto me hubiera sucedido trabajando en mi anterior empresa, todo el proceso se hubiera producido con mucha prisa y un tremendo estrés o, en el peor de los casos, no hubiera podido ser yo quien lo llevara al médico. Pero no ha sido así, yo me he encargado de él con todo el tiempo necesario para nosotros, y cuando ya lo he dejado en casa con Papá y todo lo necesario para inicar el tratamiento, me he bajado a la tienda.
Hace un rato me llamó Papá para intentar convencer a Iván de que se tome el Aquiarius (el jodío niño no bebe nada que no sea agua o batido de chocolate), así que le expliqué por qué era tan importante que se lo tomara. Como no paraba de llorar Papá le dijo que se acercara al balcón -está cerrado con una cristalera-, yo me salí a la puerta, nos vimos, nos saludamos con la mano y nos veíamos a la vez que hablamos por teléfono. Dejó de llorar, contento de poder saludarme desde casa, y me prometió tomarse todo el Aquarius como así le dijo el médico.
Y yo estoy tranquila. Puede que no esté cuidándolo de primera mano, porque tampoco está muy muy malito -afortunadamente- sino más bien molesto, y su padre también lo cuida muy bien; pero estoy a veinte pasos de mi casa, se que si se diera la circunstancia de que se pusiera muy malito no tengo más que cerrar la puerta de la tienda e irme, así, sin dar explicaciones a nadie.
Así que creo que esto es una conciliación bastante real, o al menos así lo es para mí. Es el principal motivo que me llevó a emprender esta experiencia, y hasta el momento creo que no podía haber tomado mejor decisión. Espero seguir pensando lo mismo durante muuuuucho tiempo.
Suena genial, las malditas prisas, acaban por o hacernos disfrutar o no estar al cien por cien. Me alegro por ti. Un beso
Como me alegro por vos, yo tengo el alma partida porque manana tengo que dejar a mi bebé de tres meses para trabajar.
Enhorabuena por poder conciliar. Eso es un lujazo hoy en día…
Los que nos gobiernan piensan que las leyes que tenemos ya son mucho y que nos podemos dar por satisfechas… pero el que tiene hijos sabe que eso es para echarse a reir..
Cuanto me alegro de que por fin hayas encontrado a manera de conciliar, de poder estar a gusto entre el trabajo y tu familia. Además suena estupendo.
Espero que Ivan se mejore, menudo campeón, yo cuando vomito me quedo hecha polvo.
Un abrazo
Me alegro por ti!!! Qué suerte que tienes!!!!!
La verdad es que es una suerte poder tener esa conciliación, me alegro muchisimo.
Espero que Iván se encuentre mejor. Besotes