Inauguro así una nueva sección, por llamarlo de alguna manera, aunque no será una sección como tal, sino tan solo una manera de contar este tipo de experiencias. Así puedo hablar no solo del viaje en sí, sino de cómo organizarse cuando se viaja con niños pequeños y cómo conseguir hacer de todo un poco a pesar de ir con niños echando mano, por ejemplo, del portabebés adecuado.
Y empezamos con nuestro viaje a Granada aprovechando el puente de Andalucía, es el primer viaje que hacemos los cuatro (salimos en Octubre a Tavira pero solo pasamos una noche fuera) y el balance final es que ha sido estupendo y hemos disfrutado mucho esta escapada familiar.
Salimos el sábado 25 de febrero bien tempranito, a las 7 de la mañana ya estábamos cargando el coche y con los niños listos. Decidimos salir temprano para que los peques pudieran dormir durante el viaje y llegar con tiempo para aprovechar el día, teníamos todo el equipaje preparado y previsto desde la noche anterior y esa mañana los vestí a los dos dormidos y así los sentamos en sus sillas en el coche.
El viaje lo hicieron muy bien, prácticamente dormidos durante todo el trayecto excepto el tiempo que paramos a desayunar, en el que aproveché para darle la papilla de cereales a la niña. Fue un trayecto de unas 3 horas y media más 1 hora de parada que se nos hizo muy rápido, sobre todo cuando empezamos a ver las montañas nevadas, ahí desperté a Iván para que supiera que íbamos llegando y estábamos ya muy cerca de la nieve.
Al llegar al hotel y tras registrarnos fuimos a la habitación, nos cambiamos de ropa y salimos a comer a una zona típica de Granada, donde con la bebida te ponen unas ricas tapas y así, de bar en bar, vas comiendo. Tras comer nos fuimos a tomar un chocolate con churros bien calentitos y luego a dar un paseo, donde tuvimos un pequeño escape de Iván (poca cosa pero había que cambiarlo), buscamos un cuarto de baño y aprovechamos para que hiciera sus cositas y cambiarlo. Iván lleva el tema de la caca regular, desde que nació su hermanita su manera de llamar la atención es esa, tanto que ha llegado al punto de que a veces se le olvida y se hace un poco encima. Cada vez son menos las veces, pero tenemos que estar muy encima de él…
Bueno, tras esto nos fuimos a dar un paseíto, he de decir que éramos 3 parejas con 2 niños cada una pero en el momento en que tuvimos que llevar a Iván al baño “nos perdimos” un poco (ambas parejas conocían ya la ciudad, en mi caso era la primera vez que la visitaba) y dimos un paseo por la zona de la Catedral y sus alrededores. Fue el único día que salimos con el carrito, que nos valió para que durmiera Iván en él ya que el pobre iba subido en el patín y se durmió de pie, apoyado sobre la capota; así que saqué mi fular, me puse a Antía en él y acostamos a Iván en el carro.
La verdad es que entre las horas de coche, comer y el paseo, no habíamos descansado nada y a las 8 de la tarde estábamos ya agotados, así que cogimos unos bocadillos y nos fuimos al hotel a descansar. Yo aguanté más, pero mi señor marido y mis niños dormían como marmotas a las 9 de la noche.
El domingo amanecimos muy temprano, a las 7 de la mañana estaban Papá e Iván despiertos y protestando porque querían desayunar ya, así que para hacer tiempo se dieron un baño y a las 8.30 estábamos todos desayunando en el buffet libre. Buffet libre, no sabéis lo que me gusta este concepto, sobre todo a la hora del desayuno, me encanta eso de no tener prisa, ir sirviéndome un poco de aquí, otro poco de allá, probarlo todo y ponerme hasta las orejas de desayunar, ¡qué rico!.
Yo amanecí con el que se convertiría en mi compañero de viaje, un herpes en el labio superior derecho; estaba convencida de que traía los parches en el neceser pero al final los dejé en casa, así que tocaba sufrir el herpes, con lo molestos que son.
Iván estaba muy nervioso porque ese día íbamos a Sierra Nevada, estaba deseando ver la nieve y no paraba de preguntar cuando os íbamos. Así que después de desayunar subimos a la habitación a “arreglarnos” para disfrutar de la nieve, que no se puede ir en bambas y mangas de camisa. Nosotros nos apañamos con lo que teníamos, pero a Iván le compramos aprovechando las rebajas de Decathlon un pantalón, unas botas y unos guantes especiales para la nieve, que yo quería que mi niño disfrutara a tope sin miedo a mojarse o enfriarse, y a la peque la embutí en un buzo bien abrigadito.
La subida a Sierra Nevada fue buena, no se hizo demasiado largo el camino aunque a medida que avanzábamos comprobamos que había menos nieve de la que nos esperábamos, pero suficiente para disfrutar. Al llegar allí nos sorprendimos del tremendo calor que hacía, yo iba enfundada en dos polares y un chaquetón gordo, con mis botas de agua y tres pares de calcetines “de los gordos” que no podía ni doblar los tobillos. Al final el chaquetón a la cintura, los polares arremangados hasta los codos y los pies cocidos. La nena en el fular e Iván con Papá buscando sitios con nieve donde poder tirarse de culo; la pala se tuvo que volver al coche ya que no nos dejaron entrar con ella, pero nos buscamos la manera de entretenernos. La verdad es que yo con Antía pude hacer poco, pero observar lo bien que se lo pasaba Iván me fue suficiente; empezamos jugando a tirarnos bolas de nieve pero al primer bolazo Iván dijo que no quería, que la nieve estaba fría, anda, pero ¿qué se esperaba? ay cómo nos reímos viendo como intentaba quitarse los restos de nieve.
Antía iba arrebujadita en su fular aunque tuve que abrirle el buzo por el calor que hacía, pero se portó de maravilla, sin protestar ni un momento, adaptándose a todo; si quería dormir dormía, y si quería tetear, teteaba, así de sencillo, la temperatura hizo que pudiera darle el pecho al aire libre sin ningún tipo de problema.
Yo también quería mi ratito con Iván así que Papá se quedó con la nena y yo me fui con él a un despejadito y allí hicimos un muñeco de nieve, nos tiramos de culo por la nieve, hicimos el Ángel, adoptamos y retocamos un muñeco de nieve más grande y mejor hecho -todo hay que decirlo- que el nuestro, y todas esas cosas posibles con “un poco de nieve”. La pena fue esa, que nieve, salvo en las pistas, había bien poca, normal con tanto sol y calor (yo creo que alcanzamos los 10º). Pero bueno, nos buscamos bien las maneras de aprovechar lo máximo posible, y lo importante es que Iván se lo pasó de maravilla, aunque estaba muy cansado de tanto jaleo, pero aguantamos hasta las 6 de la tarde yendo de un lado a otro.
Al llegar al hotel descansamos un poco y luego ya nos duchamos y bajamos a cenar con los amigos a un restaurante al lado del hotel. No voy a hablar del sablazo que nos pegaron.
El lunes tocaba visitar La Alhambra, ahí nos descolgamos de los amigos porque ellos ya la conocían y yo no iba a dejar pasar la oportunidad de visitarla, así que a las 10 de la mañana salimos del hotel, bien pertrechados Papá con la mochila ergonómica y yo con el fular elástico. Hacía mucho calor, yo llevaba el chaquetón puesto pero caminando hacia el autobús me lo tuve que poner a la cintura porque me asaba, hacía un sol espléndido y calentaba mucho. Llegamos pronto al recinto de La Alhambra, sacamos los tickets sin hacer cola y entramos, momento en el que me dí cuenta que solo había sacado entradas para los jardines y no para el Palacio Nazarí, maldito despiste.
Fue una visita estupenda, nos pateamos cada rincón, subimos a todas las torres, visitamos todos los patios -menos el famoso Patio de los Leones, claro-, Iván iba de un lado a otro preguntándolo todo, se emocionó con los famosos gatos de La Alhambra -a falta de leones buenos son-; estuvimos nada menos que 4 horas visitándola, menos mal que no pagué por ver el Palacio Nazarí porque no nos hubiera dado tiempo a verlo (además de que te dan una hora en concreto para la visita). Antía en el fular iba estupendamente, cuando quería miraba a un lado y a otro, cuando quería dormía, cuando quería teteaba, a su ritmo; y yo disfruté muchísimo de la visita pensando que si en vez de portabebés hubiera llevado carrito me hubiera quedado sin ver la gran mayoría de las cosas, benditos portabebés que puedes ir a todas partes.
Tras 4 horas de caminar sin parar viéndolo todo por fin salimos y paramos a comer en el sitio más cercano, donde un lindo gatito remató el potito que Antía dejó a medias. Ya estábamos muy cansados y decidimos volver al hotel a descansar, y ahí vino el momento del “turista pardillo”; una gitana nos asaltó y cuando nos dimos cuenta nos estaba leyendo la mano “ay ja te veaaa”, vamos, yo no me lo podía creer, escuchando esas plegarias, que si no voy a tener más hijos, que si una amiga me tiene envidia, que si soy el ojito derecho de mi marido aunque no me lo diga -¡pues ya podía decírmelo más a menudo!-, que si mi hijo me va a hacer una carrera buena, que si paga en papel que la moneda da mala suerte, ¡anda, eso no lo sabía yo!, “yo te cambio”, me decía enseñándome su monedero. Menos mal que no mencioné que llevaba 50€ porque me los hubiera trincado seguro, nos retenía allí amenazando con la maldición gitana y al final, tras darle 10€, conseguimos que nos devolviera 2€ para el autobús. Mira tú, para dar el cambio las monedas no dan mala suerte, oye. Primera y última vez que nos pasa esto, lo juro.
Llegamos al hotel casi a las 5 de la tarde entre buscarla parada del autobús y esperar a que llegara, nos echamos una siesta y a las 7.30 de la tarde estábamos saliendo de nuevo, camino del Albaicín, con el objetivo de ver desde el Mirador de San Nicolás La Alhambra iluminada.
Bajamos en el centro, aproveché para hacer unas compras; paseando por una calle peatonal paramos a ver un par de chicas que tocaban la viola, Iván estaba ojiplático y no dejaba de aplaudir y hasta les pidió que les tocara una de sus melodías favoritas (la “Pequeña serenata nocturna” de Mozart), y como agradecimiento les echó en la funda de los instrumentos un par de euros.
Nos fuimos caminando por la vera del río a los pies de La Alhambra, a pesar de ser ya de noche hacía una temperatura estupenda y daba gusto andar por la calle. Vimos la espectacular imagen de La Alhambra iluminada de noche desde el Mirador de San Nicolás (otro lugar al que no hubiéramos llegado de sin el fular por el suelo empedrado y la cantidad de escaleras que hay de camino), paseamos por el Albaicín y acabamos cenando en una tetería pequeñita un rico cuscús de cordero y verduras, disfrutando de lo que para mí era la auténtica Granada. A las 11 de la noche nos volvimos al hotel con ganas de hacer la misma ruta de día, porque las calles no son lo mismo de día que de noche y aquello merecía la pena ser visto con luz.
Así que el martes, festivo y último día allí, aprovechamos para hacer el mismo paseo y a las 12 del mediodía estábamos ya en el centro de Granada. Había mucho ambiente, mucha gente paseando, en la plaza nueva nos paramos a ver un trío de Swing (guitarra, clarinete y contrabajo), siempre que hay música tenemos que parar… daba gusto pasear, la temperatura acompañaba, la gente nos llevaba hacia el Albaicín, hicimos el mismo recorrido que el día anterior pero a mitad de camino paramos a refrescarnos porque hacía muchísimo calor. Volvimos a disfrutar de la auténtica Granada parando en las tabernas, disfrutando de las ricas tapas que nos ponían con la bebida, y rematamos con un rico te con pastas en una tetería justo antes de irnos al hotel para recoger las maletas y emprender el viaje de vuelta.
Ha sido un viaje estupendo por todo, por las visitas y actividades que hemos hecho y por lo bien que nos hemos organizado. Nuestro equipaje era el justo y preciso, aunque reconozco que abultaba, pero acerté en no llevar cosas innecesarias y además no olvidé nada que pudiera ser útil:
– 1 maleta para Mamá y Papá
– 1 maleta para los peques
– la bolsa que usé para el hospital cuando nació Antía con pañales, toallitas, baberos, empapaderas y una toallita de baño.
– 1 mochilita de una famosa marca de productos de higiene infantil con suero fisiológico, Dalsy, Apiretal, Eupeptina, Terbasmin jarabe y crema Nutraisdin.
– 1 bolsa térmica (llámese nevera de playa de tela) con batidos, galletas y croisanes para Iván; leche de fórmula y cereales para el desayuno de Antía, potitos de comida y fruta, 4 de cada (uno para cada día), un par de cucharas y un platito pequeño.
– 1 bolsa de tela con lo necesario para el aseo: un pequeño neceser con botes de viaje rellenos de crema hidratante, champú y gel para los peques; un pequeño neceser con el maquillaje mínimo y preciso (polvos compactos, rímmel transparente y colorete), un pequeño neceser con desodorante, cepillo y pasta de dientes, cepillos y peines del pelo, todo tamaño viaje, funda de lentillas y bote de viaje con el líquido propio.
– Una bolsa con las prendas para la nieve.
– Una bolsa de tela con los portabebés necesarios (mochila ergonómica, fular elástico, bandolera).
Para salir nos organizamos mejor, con los portabebés en mano y una mochila a la espalda con lo imprescindible tuvimos más que suficiente. Iván tiene una edad en la que ya no depende de llevar nada preparado para comer, y para Antía con un potito de comida, uno de fruta, una cuchara y un babero tenía más que suficiente, teniendo en cuenta de que la teta está siempre disponible; una muda para cada una por si acaso, algunos pañales y un paquete de toallitas, y listos para salir.
Fue una ocasión ideal para poner a prueba el porteo hasta el límite. Yo uso a diaro el fular, de hecho casi nunca cojo el carrito, pero es cierto que mis trayectos son cortos en el espacio y en el tiempo, es decir, no suelo estar más de una hora porteando porque o bien me muevo por el barrio y acabo pronto, o bien si voy más lejos lo hago en coche y uso el fular cuando bajo a hacer lo que tenga que hacer. En este viaje me he pasado 5 horas seguidas con la niña en el fular, y casi 10 horas en un día haciendo algún descanso, y la conclusión es que sí, noto que me pesa aunque no me molesta, noto que me canso más aunque puedo subir y bajar escaleras y moverme por todas partes, pero lo más importante es que tras tantas horas de porteo lo que sí noto es que no me duele la espalda en absoluto y eso, teniendo en cuenta que tengo artrosis en las cervicales y una escoliosis lumbar severa, además de resentirme del lumbago y la ciática tras los embarazos, es todo un acontecimiento. Definitivamente, los portabebés son un imprescindible en mi crianza y me hacen la vida muchísimo más fácil.
Cuando se viaja con niños hay momentos en los que el cansancio y puede que el aburrimiento haga que se pongan algo impertinentes, para ello lo mejor es parar a descansar, volver al hotel o cumplirles algún caprichito si lo piden, que para eso estamos de vacaciones. Pero en general puedo decir que hemos estado la mar de a gusto fuera de casa con nuestros peques, ambos se han comportado muy bien y la experiencia de viajar en familia ha sido muy positiva; creíamos que sería más duro o complicado pero creo que planteándolo bien y aceptando que los niños son niños y tienen sus cosas, un viaje en familia puede ser una experiencia muy enriquecedora e inolvidable.
Por eso esperamos que este sea el primero de muchos viajes en familia…
Me alegro de que hayáis disfrutado tanto, habéis aprovechado al máximo.
Estoy contigo, para mí los portabebés son imprescindibles, vamos que yo con el carrito no se casi moverme, ja, ja.
Besitos
Salir de viaje así, en familia, ya debe ser una autentica aventura jajaja Pero se ve que habeis salido airosos y ¡ha merecido la pena!
Granada es preciosa! Yo me enamoré enseguida! Y la Alahambra… sin palabras!
Que guay!!! Me ha encantado la entrada, que viaje maas bueno!!! Lo de portear en los viajes es genial, nosotros cuando estuvimos en Belgca nos fue fenomenal, ademas teniendo en cuenta que ABril no se dormia en el carro era la unica forma de que descansase. Las fotos son muy bonitas y lo habeis pasado fenomenal, me alegro muchisimo
Ohhh, qué buen viaje en familia!!!!!
Me encanta cómo habéis aprovechado el tiempo. jajajaja, Iván diciendo que la nieve estaba fría, qué gracioso!!!!
El fular rosa me parece tan bonitoooooo….y qué agustito va ahí la peque!!!!
Una experiencia preciosa….ahora, a repetir!!!
Un besote
qué bonito granada!nosotros solo fuimos un fin de semana ya hace 3 años, hicimos más o menos lo que vosotros pero sin niños.Eso si, nos libramos de las gitanas pero no de sus maldiciones, jajjaj, que plaga por dios!
Me encanta como os organizais en el viaje y aunque minimices siempre se llevan mil bolsas. Nosotros la asignaturas de los viajes la llevamos regular: 1º porque no sabemos madrugar a no ser para coger un avion y 2º porque odio hacer maletas y preparar todo, me lleva un siglo…en s santa queriamos hacer algo pero aun no miramos, nada raro en nuestra casa.
Yo lo que tengo controlado es irme a galicia sola con el enano (de echo el viernes 9 nos vamos el niño y yo 3 dias) maleta, carro niño o mochila, bolsa niño, por supuesto niño encima, bolso mio…un follón pero ya lo tengo controlado (desde que tiene 3 meses que lo hago), mis amigos me llaman valiente para para ki es normal….lo que no se es si seré capaz con un 2º hijo, ya veremos….
besiños y sigue viajando que yo aprendo.
[…] realizar un viaje grande, y de hecho hasta ahora como familia no hemos podido materializarlo, estas escapadas en familia son un auténtico soplo de aire fresco que encajan perfectamente con algo en lo que creo […]