Huelga Feminista, por qué es necesaria

huelga feminista

Provengo de una familia profundamente matriarcal. Los hombres han sido mayoría, pero las mujeres hemos pisado fuerte.

Mi abuela era ciega. Ser mujer y discapacitada no fueron óbice para que no fuera una mujer luchadora, fuerte e independiente. Tuvo 5 hijos pero jamás se casó, ni siquiera convivió con un hombre. Trabajaba fuera de casa y su trabajo le permitió no solo sacar a sus hijos adelante sino incluso ayudar a otras familias.

Ser mujer, trabajar fuera de casa y sacar adelante una familia no es fácil. ¿Cómo lo hizo mi abuela, si tenía hijos pequeños, no tenía marido ni pareja y trabajaba una larga jornada laboral fuera de casa?.

Lo hizo gracias a su hija. Mi madre tuvo la desgracia de ser la única hija entre 5 hermanos. Así que siendo una niña, le correspondió hacerse cargo de su casa y sus hermanos para que su madre pudiera trabajar fuera, renunciando así a algo tan básico como sus estudios. No pudo ni acabar la EGB.

Mi abuela, una mujer liberada, totalmente adelantada a su tiempo, fuerte, luchadora e independiente, aplicó en sus hijos el machismo más profundo. Mi madre no era la hermana mayor, pero era la única mujer, y como tal, le correspondía asumir los cuidados de la familia y las tareas domésticas.

Mi madre se quedó embarazada joven. Mi padre biológico se desentendió de mi cuando yo era poco más que un cigoto. Siempre diré que no me hizo falta un padre, porque tuve una madre cojonuda y una abuela cojonuda también.

Dos mujeres hicieron conmigo un trabajo estupendo, me dieron una infancia plena y feliz y no cambio el modelo de familia en el que crecí por ninguno.

Mi madre me crió como la criaron a ella. Siendo mujeres fuertes, seguíamos siendo minoría. Mi madre fue siempre la mujer de la casa, al servicio de sus hermanos incluso cuando se fueron casando y saliendo de casa, pasando a hacerse cargo según iban llegando de sus correspondientes hijos, porque era la que estaba en casa.

Ama de casa y casi sirviente. Mucho trabajo, una familia numerosa, para una sola persona. Era una sirvienta, tal cual. Así que en cuanto pudo, echó mano de mi para ayudarla con las tareas caseras. Y así me recuerdo toda la vida limpiando mi casa con ella mientras los hombres de la casa se dedicaban a las cosas de hombres, todo menos recoger un plato o pasar una escoba.

He visto a mi madre criar a dos hombres menores que yo. Mientras a mi me exigía lo que me correspondía por ser mujer, hacerme cargo de tareas caseras así tuviera que estudiar o quisiera salir con mis amigas, a ellos se ha limitado a servirlos y convertirlos en vagos e inútiles. No la culpo, es lo que la enseñaron, la obligaron a ser.

Llegué a odiar tantísimo las labores del hogar y el hecho de tener que absorber parte de ellas cuando en mi casa había 3 personas más que no movían una pestaña por colaborar, que no veía el día de irme de casa. Y tenía claro que el día que fuera independiente, mi menor problema sería tener la casa limpia y recogida.

Curiosamente, yo fui la más responsable de la familia y la que estudió una carrera universitaria. A pesar de tener el doble de trabajo. Me parecía admirable que mis amigas pudieran sentarse a estudiar todo el día y que sus madres les pusieran todo por delante para ello, mientras yo tenía que organizarme para acabar mis tareas lo antes posible y ponerme a estudiar.

Tuve un novio que no quería que estudiara en la universidad. Eso era de señoritas, de cómodas, a dónde iba yo, hombre ya. En realidad, no quería muchas cosas. No quería que saliera a la calle sin él, no quería que tuviera amigos, no quería que me vistiera y me arreglara.  El mismo día que me dijo que no quería que fuera a la universidad, yo cogía un tren para matricularme en la Universidad de Santiago de Compostela. Menos mal que supe mandarlo a la mierda a tiempo, y que si bien me anuló en más aspectos de los que hubiera imaginado, en otros no lo logró.

De ello aprendí el tipo de persona que no quería a mi lado. Hubiera preferido no haber vivido esa experiencia, pero esa experiencia desde luego me abrió muchísimo los ojos.

Me independicé a los 23 años con el novio que hoy es mi marido. A él no le permití lo que al anterior. Tampoco me hizo falta, tuve buen ojo y di con un hombre que me respetó como persona, en todos los aspectos.

Tengo 39 años y la Seguridad Social dice que he cotizado 15 años y no se cuántos días. Eso significa que, desde los 23 años, he trabajado y cotizado como tal hasta hace apenas 2 años.

A mis 23 años me independicé, trabajaba por cuenta ajena y tuve mi primera experiencia como mujer emprendedora, montando un negocio. En 15 años he trabajado en diferentes empresas y puestos, he desarrollado muchas facetas profesionales y además he impulsado dos negocios propios.

También he sido madre. Si no me fallan las cuentas, de 15 años cotizados a la Seguridad Social, casi 8 han sido como madre, o sea, como mínimo, la mitad del tiempo cotizado. Lo que significa que, al menos en lo que a mi corresponde, ser madre no ha sido un impedimento para trabajar fuera de casa.

Con 23 años viví la experiencia laboral más machista y humillante de mi vida. Era dependienta en unos grandes almacenes que todo el mundo conoce, esa empresa donde es más difícil ver a una mujer en puestos directivos y responsabilidad que agua en el desierto. Un día, a punto de finalizar mi turno, el jefe del departamento me comunicó que al día siguiente debía venir a trabajar media hora antes y subir a la sala de juntas, puesto que el director del centro se trasladaba a otro de más prestigio y quería despedirse de sus empleadas.

Yo, joven e ingenua, obedecí. Así me vi en esa sala de juntas, con dos o tres señores a la cabeza de la mesa y unas 20 mujeres completando la reunión. Tras un discurso paternalista y condescendiente, el señor que encabezaba la reunión expresó su deseo de despedirse de sus empleadas con un beso.

Y así me vi yo, con cerca de 20 mujeres, la gran mayoría mayores que yo, con más experiencia laboral y en la vida, muchas de ellas madres, haciendo cola para darle un beso a ese señor, en su jerarquía de jefe, como si fuera Papá Noel. Hubiera salido huyendo, que es lo que deseaba, pero no me atreví. Callé, seguí la fila y me humillé como esas mujeres que me acompañaron.

Estuve 7 años en la que fue mi empresa hasta que un ERE nos mandó a todos a la calle. En esa empresa encontré la estabilidad laboral y económica que me permitió ser madre. En esa empresa supe lo que significa conciliar, o más bien no conciliar, y luchar por ello haciendo valer mis derechos, o al menos intentándolo. Me enorgullece haberme partido la cara por mis derechos y que ello le abriera la puerta a muchas de mis compañeras.

Fueron 4 años de intento de conciliación, con horarios infernales, trabajando en casa y fuera, repartiendo los cuidados y las responsabilidades con el padre de mis hijos, intentando encontrar el equilibrio.

También supe lo que es el acoso laboral. Bueno, más bien lo sufrí pero no lo supe hasta que pude verlo desde fuera. Sufrí desplazamiento de mi puesto de trabajo durante mi embarazo, amenazas e intento de sanciones por una supuesta dejadez en mis funciones que nunca fueron justificadas pero que hicieron su mella, como la gota de agua de la tortura china. Además de las amenazas en el ejercicio de mis derechos, como el apercibimiento de despido si no cambiaba un turno o trabajaba un festivo, en contra del horario concretado según mi reducción de jornada por cuidado de un hijo, legal y acogida a derecho.

Lo bueno fue que no lograron su cometido. Los señores que lo provocaron hicieron mucho daño en el intento, pero hoy en día puedo mirarles a la cara y decirle “no solo no lo conseguiste, sino mira dónde estás tú”.

Cuando me quedé desempleada tras el cierre de mi empresa tenía dos hijos, la pequeña era un bebé de 6 meses. Pude disfrutar de la comodidad que me ofrecía cobrar mi prestación por desempleo, al fin y al cabo en casi 10 años cotizados no había estado jamás parada. Sin embargo, decidí capitalizar dicha prestación y montar mi propio negocio para seguir trabajando, cotizando y además alcanzar la tan codiciada conciliación de la vida familiar y laboral.

Mi marido estuvo 4 largos años desempleado. Los últimos 2 años desempleado y desesperado, a partes iguales. Y como yo sí tenía empleo, mi negocio, y trabajaba fuera de casa a jornada partida, a él le tocó asumir el rol doméstico en toda su extensión. Bueno, en toda su extensión, relativamente, que al final me tocaba pringar en muchas cosas, porque puedo dejar de cocinar pero no de ser madre. Pero es cierto que cedí toda la responsabilidad posible, a mi entender, a su favor.

Luego las cosas cambiaron. Me quedé embarazada de mi tercer hijo, mi marido por fin encontró trabajo. Eso sí, su trabajo se llevó por delante el mío. Después de 4 años desempleado, el trabajo que consiguió le obligaba a pasar largas temporadas fuera de casa, lo que complicaba el hecho de que yo pudiera seguir trabajando, puesto que la responsabilidad de mis hijos y mi casa recaía 100% en mi.

Valoré que tras 4 años siendo él el desempleado, le tocaba aprovechar su oportunidad, pese a que supusiera renunciar yo a la mía. Por contra, yo sería madre de nuevo, y no quería renunciar a criar a mi bebé. Asumí mi nueva situación, intentando extraer todo lo positivo, sin más.

No me quejo de ser madre a tiempo completo. De hecho, tres años después creo que ha sido la mejor inversión de mi vida, con respecto a mis hijos. Pero también me he dado cuenta de lo menospreciadas que estamos las madres que “no trabajamos”.

Curiosamente, hace 17 años que me incorporé al “mercado laboral” y desde entonces solo he estado desempleada 2 años, estos dos últimos años que he sido madre de tres hijos a tiempo completo. Sin embargo, bastan dos años sin trabajar para que parezca que no has trabajado en tu puñetera vida. Que no sabes lo que es pegarte patadas en el culo por conciliar y llegar a todo. Sobre todo, que si no trabajas fuera de casa es porque “puedes” y no porque te nieguen oportunidades, o no tengas otra alternativa.

En estos 2 años he hecho muchas entrevistas de trabajo. Muchas más que mi marido. De hecho, si bien es cierto que a él le costó muchísimo lograr que le dieran tan solo la oportunidad de una entrevista de trabajo – probablemente por lo especial de su sector profesional y por su edad -, a la primera oportunidad que tuvo, le dieron el empleo. No le preguntaron si tenía familia, si era padre o si pensaba quedarse embarazado.

Sin embargo yo he hecho entrevistas para puestos de trabajo empresas del sector comercio muy reconocidas, y para puestos de trabajo en otros sectores que no son mi especialidad pero para los cuales estoy profesionalmente capacitada, y en todas la progresión ha sido la misma. Cojonuda mi experiencia profesional, mi capacitación, mis expectativas, el feedback con el entrevistador – sí, siempre hombres salvo excepciones – hasta el momento de llegar a LA PREGUNTA:

“¿Tienes hijos?” “¿Piensas en volver a quedarte embarazada?” “¿Tienes problemas para organizar tus horarios familiares con los laborales?”.

FIN DE LA ENTREVISTA.

No por mi, por supuesto. Da igual que durante los últimos 7 años de tu vida hayas trabajado efectivamente tanto por cuenta ajena como por cuenta propia sin que tus hijos sean un problema o impedimento para ello. Da igual que siendo madre de dos hijos, desempleada, en lugar de quedarte en casa criando y cobrando el paro, hayas preferido emprender un negocio y autoemplearte.

NO VALE NADA PORQUE ERES MUJER, MADRE, Y ESO ES UN PROBLEMA PER SE.

En estos dos años he tenido que escuchar eso de “¿piensas en volver a trabajar alguna vez?”. Sí, la gente se piensa que trabajo porque no quiero, y ya.

A ver, que hay matices. Es cierto que estando mi marido fuera como está, por encima de todo pondero el bienestar de mis hijos. Si les falta un padre, no les va a faltar una madre. Si con el sueldo de mi marido tiramos, y puedo compensar su ausencia total con mi presencia total, lo hago.

Cuando trabajábamos los dos nos organizábamos para atender a nuestros hijos en función de nuestros horarios, apoyándonos en mi madre solo ambos trabajábamos y no había posibilidad de adaptar los horarios. Porque siempre he tenido claro que a nuestros hijos los criaríamos nosotros.

Por lo que cuando nació mi tercer hijo, estando mi marido fuera, asumí que lo mejor para nuestra familia, para nuestros hijos, era que yo me dedicara 100% a ellos. No quería delegar el cuidado y la educación de mis hijos en nadie.

Ahora bien, no quita que yo no haya intentado aprovechar las oportunidades que se me han presentado. Hasta que mi marido se fue a Edimburgo su trabajo era inestable, y con ello, nuestra economía. Así que cuando me fui viendo recuperada de mi posparto me inscribía a las ofertas de trabajo que me parecían interesantes, porque no podía cerrarme la posibilidad de mejorar, ya no en lo que se refiere a mi, sino nuestra situación económica. Pero lo dicho, he perdido la cuenta de las entrevistas de trabajo que realicé, esas que me decían “ya te llamaremos” y el teléfono no sonó jamás.

Llega un momento en el que, obviamente, no te apetece seguir perdiendo el tiempo y sentirte despreciada de semejante manera. Así que elegí asumir que a mi marido le toca trabajar fuera, lejos, yo me quedo en casa, trabajando por y para mis hijos, haciendo camino día a día, confiando en un futuro mejor y lleno de posibilidades para todxs.

No espero que nadie reconozca lo que hago, la verdad. Me basta con que lo hagan mis hijos. De hecho lo hacen, cuando mi marido en un golpe de egoísmo se da golpes de pecho por ser “el que trabaja”. Si mis hijos, con la edad que tienen, le cierren la boca a su padre diciéndole “papá, mamá trabaja mucho y se esfuerza muchísimo cada día con nosotros y debes reconocer el trabajo tan duro que hace”, creo que he conseguido mucho muchísimo más que esperando a que se me reconozca desde fuera.

Considero un gran logro por mi parte haber conseguido que mis hijos comprendan lo difícil que es mi trabajo de madre y cuidadora, me lo reconozcan y lo defiendan ante los demás con uñas y dientes.

El hecho de estar sola con ellos me ha abocado a hacerlos parte indispensable del buen funcionamiento de nuestra familia. Asumen responsabilidades, labores de cuidado, colaboran en la medida de sus familiares y gracias a ellos salvamos el día a día cada vez mejor.

La consecuencia no es solo que me ayuden, sino las capacidades que desarrollan con ello: les estoy preparando y dando herramientas necesarias para que en su futuro desempeñen las responsabilidades devenidas del hogar, la familia y la sociedad en general, en igualdad y corresponsabilidad.

La huelga de hoy no es tiene muchas lecturas. Yo no puedo parar de cuidar a mis hijos, tampoco puedo parar laboralmente. Me niego a colgar un delantal de mi balcón porque un delantal no me representa.

Pero he decidido hablar mucho con mis hijos del día de hoy. Porque creo que es muy necesario que sepan por qué las mujeres hoy deberíamos parar. Porque la sociedad, el mundo, sin las mujeres, no se movería. Y tenemos que hacerles visible.

Hablar con mis hijos que mi hija, por ser mujer, tendrá menos oportunidades que ellos. El hecho insignificante de que en un cumpleaños de solo niños la dejaran la última y no la seleccionaran para jugar por ser niña no es más que la realidad que le espera: tener que trabajar, luchar, esforzarse y demostrar mucho más, pelear por que no la aparten o rechacen por ser mujer.

Quiero poner la semilla para que mi hija no tenga que contar experiencias como las que yo he vivido. Para que ella pueda disfrutar de las mismas oportunidades que sus hermanos. Que llegue tan lejos como ella quiera, y no solo hasta donde le dejen. Y también quiero que sus hermanos vean y traten a su hermana y a las mujeres como iguales, en derechos, libertades y oportunidades.

Yo lo voy consiguiendo en el seno de mi familia, ahora toca intentarlo para conseguirlo en la sociedad. Esa será mi lucha y es mi motivación en esta huelga.

Yo no puedo hacer huelga laboral.

Tampoco puedo hacer huelga de cuidados.

Pero puedo apoyar a todas las mujeres que sí quieren secundar la huelga.

Puedo hacer huelga educativa pero también puedo hablar con mis hijos de lo que pasa mañana e instarlos a que pregunten a sus maestras por la huelga y promuevan hablar del tema.

Al menos eso, que se hable. Que pregunten. Que cuestionen. Que entiendan el por qué es importante que las mujeres paremos.

También puedo no utilizar servicios ni consumir. No me vale no cocinar por hacer huelga, pero bajar a comer al bar y que me prepare el plato una cocinera y me lo sirva una camarera. Tampoco ir a hacer la compra y que me atienda la charcutera y me cobre la cajera. Entonces no estaría facilitando que ellas hagan huelga.

Y también puedo ir a la manifestación con mis hijos, salir, hacer ruido, hacernos ver.

Quizás no sea suficiente pero menos es cruzarse de brazos y no hacer nada.

Por las mujeres que serán nuestras hijas, por las mujeres que fueron nuestras abuelas, madres, y lucharon por nuestros derechos.

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