El parto respetado no debería ser una cuestión de suerte

Hoy en día, en esto del embarazo y la maternidad, uno de los principales caballos de batalla es el parto respetado, un concepto que, por lógica no debería existir, porque el “respeto” a un proceso tan relevante en la vida de una mujer y su futuro bebé debería venir por sí solo, sin tener que exigirlo.

Pero lamentablemente la realidad es así. A pesar de la concienciación, la lucha, las reivindicaciones, la cada vez más información y empoderamiento de la mujer, el parto respetado sigue siendo una excepción, una suerte en manos de la matrona o ginecólogo.

“¡QUÉ SUERTE QUE HAS TENIDO UN PARTO RESPETADO!”

¿Suerte?, no, no debería ser una suerte, debería ser LO NORMAL. Lo normal no debería ser que la mujer vaya a dar a luz con miedo, incertidumbre y sensación de desamparo, dependiendo de la buena praxis del profesional sanitario de turno. Lo normal no deberían ser maniobras no recomendadas, inducciones no justificadas, cesareas innecesarias, protocolos obsoletos, medicalización e intervencionismo sin información y voluntad del paciente.

Lo normal sería parir con garantías para la madre y el bebé, que esa garantía suponga un respeto total a su voluntad y al proceso fisiológico del parto, y que cualquier medida a aplicar sea siempre que medie una justificación médica real.

Yo he parido tres veces, tres veces tres en las que he corrido la suerte de que mis partos fueran respetados, respetados por un personal sanitario respetuoso -valga la redundancia- y concienciado. Tres de tres, desde luego es un pleno, y a título personal me dice que algo está cambiando, que no va tan mal esto de la atención al parto normal en nuestro país.

Pero luego me encuentro con otras madres que me cuentan sus historias y me da vergüenza hablar, porque creo que les puedo hacer sentir mal. Me hablan de inducciones porque “el niño viene grande”, de epidurales porque “tú no vas a aguantar el dolor”, de episiotomías porque “el niño está encajado y no sale”, de cesareas porque “tú no dilatas”, de separación del bebé de su madre porque “tienes que recuperarte”, madres que han parido en el mismo hospital que yo.

Y entonces no se si yo soy una privilegiada porque he dado con el equipo perfecto en el momento justo, si lo mío es una excepción o si va a ser que lo único que se me da bien en esta vida es, precisamente, parir.

Me gusta compartir mi experiencia para hacer ver que se puede parir bien. Sí, se que el parto depende de muchos factores y que todo se puede ir a la mierda en un momento. Pero también se que al menos un 50% el parto depende de una misma, no siempre es cuestión de matrona/os o ginecóloga/os.

La información es poder, y en el parto, también

No es lo mismo una mujer informada que una que no lo está. No es lo mismo una mujer empoderada, con capacidad de decidir e imponerse en un momento tan delicado, que una mujer manipulable. No es lo mismo saber lo que quieres que dejarse hacer. Puede que la matrona o el ginecólogo no sean los más respetuosos de su profesión, pero la actitud con la que una va a parir es fundamental.

El parto es un momento especialmente vulnerable para una mujer, quizás diría que el momento más vulnerable de su vida. Ya no es que el dolor pueda bloquearte y hasta anular tu voluntad, es el temor  de que a tu bebé, ese que llevas nueve meses gestando en tu vientre, le pase algo. Dolor y temor, los mayores enemigos del parto, que son capaces de quebrar la voluntad de la mujer más empoderada, valiente e informada. Porque cuando las contracciones te golpean una y otra vez como un hachazo, casi sin dejarte respirar entre una y otra, vendes tu alma al diablo con tal de que ese dolor termine cuento antes.

Pero además, cuando temes que la vida de tu bebé se ponga en peligro, te da igual todo, solo te importa él, ni siquiera tú misma, tu salud o tu integridad (prueba evidente es todo lo que han pasado y pasan muchas mujeres en sus partos y las consecuencias que esto les supone a lo largo de su vida). Lo único que te importa es que tu bebé nazca sano y sin complicaciones, por encima de tu vida si hace falta.

Bajo este miedo actuamos y permitimos actuaciones que de otra manera no consentiríamos. Y bajo la amenaza velada de que el bebé o una misma pueda correr un riesgo evitable y sentirte principal culpable y responsable de ello, se siguen produciendo toda esa cascada de intervenciones que ponen fin al concepto de “parto respetado”.

¿Cuándo nos hicieron creer que no sabemos parir solas?

Se nos ha hecho creer que las mujeres no podemos parir solas, que una mujer y el parto es como la oveja y el matadero, sumisión y miedo. No se espera el parto como el momento maravilloso de dar paso a la vida a tu bebé, el parto se teme. Hemos perdido la referencia cultural de las mujeres que parían antes de la existencia de los hospitales, la ginecología y la atención al parto, y no es que diga que entonces se diera a luz mejor porque la evidencia científica demuestra que había mayor muerte materno-fetal por entonces, la realidad es que la medicina ha salvado vidas.

Cuando hablo de referencia cultural no me refiero a la atención al parto en sí, sino a cómo las mujeres esperaban y afrontaban ese momento, si lo hacían con naturalidad, asumiendo el dolor como normal, o si igualmente lo hacían con miedo a lo desconocido.

Si bien es cierto que la medicina ha salvado vidas, también lo es que en algún momento este concepto se nos ha ido de las manos hasta el punto de justificar lo injustificable, intervencionismo por protocolo que, dadas las estadísticas, daña más que ayuda.

El parto respetado no debería ser una excepción

Como en cualquier disciplina médica, el respeto a los derechos y a la voluntad del paciente debe ser tenido en cuenta, y un ginecólogo debe velar por la salud de la madre y la del bebé por delante de protocolos rutinarios y obsoletos con la justificación de evitar un mal mayor solo por el hecho de prevenir.

Desterrar la idea de que no pasa nada por administrar oxitocina sintética, o que no pasa nada por obligar a una mujer a parir en litotomía, o que no pasa nada por hacer una episiotomía en lugar de proteger el periné porque siempre es mejor un corte controlado que un desgarro.

Son ejemplos de prácticas habituales en la atención al parto, rutinarias, protocolarias, que en muchos casos se llevan a cabo sin necesidad, sin consentimiento, incluso sin tan siquiera la información pertinente a la parturienta, que se ve sometida al criterio del profesional sanitario que con actitud paternalista, la infantiliza y anula en uno de los momentos más importantes de su vida.

El parto respetado no debería ser una excepción. Debería ser la norma general, y que las prácticas recogidas en los protocolos se lleven a cabo cuando sea realmente necesario, cuando medie una justificación médica real. Mientras el parto respetado siga siendo una excepción., seguirá habiendo mujeres que sientan temor no al parto en sí, sino a no saber parir. Y de que sabemos parir, no debería caber la menor duda.

 

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