La receta de la felicidad

Cada día me pregunto cuál es la receta de la felicidad. La de la mía, la de mis hijos. 

No es una receta infalible, ni exacta, ni contiene siempre los mismos ingredientes en las mismas cantidades. Es variable como el tiempo, como la vida, como las emociones.

Miro a mis hijos y mi receta de la felicidad son ellos. Si ellos están bien, yo estoy bien. Si ellos sonríen, yo sonrío. Si ellos son felices, yo soy feliz.

Entonces compruebo que la felicidad se haya en esas pequeñas cosas que pasan desapercibidas en el día a día, aquellas a las que no prestamos apenas atención. Será porque los niños son capaces de sonreír y disfrutar con lo más sencillo, sin florituras, sin grandezas.

Verlos felices hacen de mi una mujer feliz. Verlos felices hacen que olvide los problemas y las preocupaciones. Verlos felices hace que aquello que parece magnánimo se quede en nada. Verlos felices hace que se detenga en tiempo en sus sonrisas, sus ojos chispeantes.

Los veo felices, sonrientes y me pregunto si yo tendré que ver algo en ello. Deseo tener algo que ver en ello. Necesito sentir que tengo algo que ver en ello. Porque ellos tienen que ver en mi felicidad, ellos son mi felicidad.

Por eso entre llantos, pataletas, enfados, regañinas, cada uno de los momentos de felicidad que me regalan hacen que todo lo anterior sean una mera anécdota. Todos lloramos, todos sufrimos en algún momento, pero la felicidad espontánea hace que todo lo malo no importe, aunque sea solo por un ratito.

Mi chiquitina está en un momento de explosión de felicidad, con la mínima tontería se ríe a carcajada, sonríe a boca ancha, salta de emoción. Conseguir hacer una torre de figuras apilables, ver sus dibujos favoritos, montar en bici, sentarse sola en el baño a hacer pipí, recogerla en la guardería, comerse un bocata de jamón… Todo es motivo para exhibir su felicidad. Y eso me enorgullece, me alegra, me emociona, porque veo un ser puro que le saca jugo a todo lo que tiene entre manos, por simple e ínfimo que pueda parecer.

Mi mayor no teme expresar sus emociones y decir cómo se siente. Es un niño inquieto, activo, independiente y algo rebelde, es un niño cariñoso, agradecido y muy necesitado de contacto físico. Es un niño que me da las gracias por hacer todo aquello que se supone es un deber madre, aquello de lo que una no espera un agradecimiento porque no lo merece, y aún así, él lo agradece con la mayor de las sonrisas, con el más fuerte de los abrazos. Y así logra que tareas de lo más vulgares y cotidianas cobren sentido, que lo pesado se vuelva liviano, que la obligación se haga con buena gana.

La felicidad está en las pequeñas cosas, los pequeños momentos. Seguramente hayamos perdido su percepción al hacernos mayores, asumir responsabilidades, vivir decepciones y pasar malas experiencias, pero mis hijos me están devolviendo la percepción de la felicidad tal cual, al margen de bienes materiales y expectativas creadas.

No hay día que no tenga este pensamiento. Los veo sonreír, disfrutar, expresar su felicidad y por unos minutos mi mente automáticamente relega las preocupaciones a un segundo plano. Porque mis hijos están aquí conmigo, si son felices yo soy feliz, lo demás no importa. Ellos son mi verdadera receta de la felicidad.

3 thoughts on “La receta de la felicidad

  1. Chitin

    Cuanta razón tienes…si nuestros hijos están bien todo va bien, pero si ellos están malitos o les ha pasado algo, todo se nos vuelve del revés.

    No nos damos cuenta de todas esas pequeñas cosas hasta que las echamos en falta….

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  2. Mo

    Se nota que has dado con la receta…;)
    Me encanta lo que cuentas de tu niño, que te agradece tanto las cosas. Realmente eso ayuda a tirar para adelante con las obligaciones diarias! Ole por él!
    Besotes!

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  3. Mamá por bulerías

    Yo pienso igual…
    Antes pensaba que era imposible ser feliz porque siempre hay algún problema o preocupación o simplemente te falta algo, pero desde que soy mami aprendí que la felicidad es otra cosa 🙂

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